Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
 
El mundo en que vivimos está menesteroso de amistad. Hemos avanzado tanto en tantas cosas, vivimos tan deprisa y tan ocupados, que, al fin, nos olvidamos de lo más importante. El ruido y la velocidad se están comiendo el diálogo entre los humanos y cada vez tenemos más conocidos y menos amigos.

El filósofo griego Sócrates aseguraba que prefería un amigo a todos los tesoros del rey Darío. Aristoteles definía la amistad como un alma que habita en dos cuerpos y un corazón que habita en dos almas. Para el poeta latino Horacio, un amigo era la mitad de su alma. San Agustín no vacilaba en afirmar que lo único que nos puede consolar en esta sociedad humana tan llena de trabajos y errores es la fe no fingida y el amor que se profesan unos a otros los verdaderos amigos: "Confieso que me arrojo confiado enteramente en el amor de mis más íntimos amigos, especialmente cuando me veo agobiado por los escándalos del mundo, y encuentro descanso en ese amor, libre de angustia. Esto es así porque tengo la sensación de que Dios, en cuyos brazos me arrojo sin temor, y en quien hallo seguro reposo, está presente allí. Con tal seguridad no temo la incertidumbre del mañana y de la flaqueza humana. Cuantas ideas y pensamientos confío a una persona llena de caridad cristiana, y que ha llegado a ser una fiel amistad, no los confío a un ser humano, sino a Dios, en quien esta persona habita, y que la hizo una fiel amiga". El ensayista español Ortega y Gasset escribía que una amistad delicadamente cincelada, cuidada como se cuida una obra de arte, es la cima del universo. Y el propio Cristo, ¿no usó, como supremo piropo y expresión de su cariño a sus apóstoles, el que eran sus amigos porque todo lo que ha oído a su Padre se lo dio a conocer?

Pero la amistad, al mismo tiempo que importante y maravillosa, es algo difícil, raro y delicado. Difícil, porque no es una moneda que se encuentra por la calle y hay que buscarla tan apasionadamente como un tesoro. Rara porque no abunda: se pueden tener muchos compañeros, abundantes camaradas, pero nunca pueden ser muchos los amigos. Y delicada porque precisa de determinados ambientes para nacer, especiales cuidados para ser cultivada, minuciosas atenciones para que crezca y nunca se degrade.

¿Qué es la amistad? ¿Simple simpatía, compañerismo, camaradería? La amistad es una de las más altas facetas del amor. Aristóteles definía la amistad como querer y procurar el bien del amigo por el amigo mismo. Laín Entralgo la definía así: "La comunicación llena de amor entre dos personas, en la cual, para el bien mutuo de éstas, se realiza y perfecciona la naturaleza humana".

Por tanto, en la amistad el uno y el otro dan lo que tienen, lo que hacen y, sobre todo, lo que son. Esto supone la renuncia a dos egoísmos y la suma de dos generosidades. Supone, además, un doble respeto a la libertad del otro. La amistad verdadera consiste en dejar que el amigo sea lo que él es y quiere ser, ayudándole delicadamente a que sea lo que debe ser.

Seis pilares sostienen la verdadera amistad, según Martín Descalzo en su libro “Razones para el amor”:

El respeto a lo que el amigo es y como el amigo es.
La franqueza, que está a media distancia entre la simple confianza y el absurdo descaro. Franqueza como confidencia o intimidad espiritual compartida.
La generosidad como don de sí, no como compra del amigo con regalos.
Aceptación de fallos.
Imaginación, para superar el aburrimiento y hacer fecunda la amistad.
La apertura.

¿Qué se experimenta cuando se pierde un amigo? Dejo que hable san Agustín, cuando murió su amigo íntimo: "Suspiraba, lloraba, me conturbaba y no hallaba descanso ni consejo. Llevaba yo el alma rota y ensangrentada, como rebelándose de ir dentro de mí, y no hallaba dónde ponerla. Ni en los bosques amenos, ni en los juegos y los cantos, ni en los lugares aromáticos, ni en los banquetes espléndidos, ni en los deleites del lecho y del hogar, ni siquiera en los libros y en los versos descansaba yo. Todo me causaba horror, hasta la misma luz; y todo cuanto no era lo que él era, aparte el gemir y el llorar, porque sólo en esto encontraba algún descanso, me parecía insoportable y odioso".

"Un amigo fiel es poderoso protector; el que lo encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un amigo fiel; su precio es incalculable" (Si 6, 14-17).

Jesús ama a todos los hombres, y los considera como amigos. Pero también es verdad que tuvo amigos especiales. Abramos el Evangelio.

No desea nada de los hombres; no busca dar para recibir. Y cuando una vez busca consuelo en la agonía, no lo encuentra (cf Mt 26, 40).

Se siente incomprendido por ellos, pero era parte de su cruz, pues aún no había venido el Espíritu Santo que les hiciera comprender todo (cf Jn 12, 24).

Los ama sobrenaturalmente, no por sus cualidades humanas (cf Jn 13, 14).

¿Ha habido hombre alguno en la tierra que haya amado a los hombres como Jesús que murió por amor, y una muerte de cruz?

"Si Jesús está contigo, no podrá dañarte ni derrotarte ningún enemigo espiritual. Quien halla a Jesús, a su amistad y enseñanzas, halla el más rico tesoro. El mejor de todos los bienes. Pero quien pierde a Jesús y a su amistad, sufre la más terrible e inmensa pérdida. Pierde más que si perdiera el universo entero. La persona que vive en buena amistad con Jesús es riquísima. Pero la que no vive en amistad con Jesús es paupérrima y miserable. El saber vivir en buena amistad con Jesús es una verdadera ciencia y un gran arte. Si eres humilde y pacífico, Jesús estará contigo. Si eres piadoso y paciente, Jesús vivirá contigo... Fácilmente puedes hacer que Jesús se retire, y ahuyentarlo, y perder su gracia y amistad, si te dedicas a dar gusto a tu sensualidad y a darle importancia exageradamente a lo que es material y terreno"(Kempis, Imitación de Cristo, II, 8).