Debido a la fuerte tormenta tropical que azotó la región de Tacloban, el papa Francisco se vio obligado a reducir su estadía en la zona más afectada por el tifón Yolanda, que dejó miles de muertos y daños cuantiosos en la región. Emocionado por la fe de los miles de filipinos que lo esperaron en el aeropuerto, el Santo Padre dejó de lado su homilía preparada e improvisó en español.
No obstante, los organizadores difundieron el texto completo de la homilía que el papa Francisco pronunciaría. En su mensaje, el Papa pide que en todo el país "se trate a los pobres de manera justa, que se respete su dignidad" y "que las medidas políticas y económicas sean equitativas e inclusivas".
El pontífice lamentó no poder compartir con los asistentes las palabras que había preparado para ellos y el haber reducido considerablemente su visita a la zona.
Homilía preparada para la santa misa en Tacloban
Queridos hermanos y hermanas
Los saludo con gran afecto en el Señor. Me alegro de que podamos encontrarnos en esta catedral de la Transfiguración del Señor. Esta casa de oración, como tantas otras, ha sido reparada gracias a la notable generosidad de muchas personas.
Se alza como un signo elocuente del inmenso esfuerzo de reconstrucción que ustedes y vuestros vecinos habéis llevado a cabo tras la devastación causada por el tifón Yolanda. También nos recuerda a todos nosotros que, a pesar de los desastres y el sufrimiento, nuestro Dios actúa constantemente, haciendo nuevas todas las cosas.
Muchos de ustedes habéis sufrido enormemente, no sólo por la destrucción causada por el tifón, sino por la pérdida de familiares y amigos. Hoy encomendamos a la misericordia de Dios a todos los que han muerto, e invocamos su consuelo y paz para todos los que aún lloran. Tengamos presente de una manera particular a cuantos el dolor les hace difícil ver el camino a seguir.
Al mismo tiempo, demos gracias al Señor por todos los que, en estos meses, se han esforzado por retirar los escombros, visitar a los enfermos y moribundos, consolar a los afligidos y enterrar a los muertos. Su bondad, y la generosa ayuda que provenía de tantas personas en todo el mundo, son una señal cierta de que Dios nunca nos abandona.
De una manera especial, me gustaría agradecer a los numerosos sacerdotes y religiosos que respondieron con desbordante generosidad a las necesidades urgentes de los habitantes de las zonas más afectadas. Con vuestra presencia y caridad, habéis dado testimonio de la belleza y la verdad del Evangelio.
Habéis hecho presente a la Iglesia como una fuente de esperanza, salvación y misericordia. Junto con muchos de vuestros vecinos, habéis demostrado también la profunda fe y la fortaleza del pueblo filipino. Los numerosos testimonios de bondad y abnegación que se produjeron en esos días oscuros han de ser recordados y transmitidos a las generaciones futuras.
Hace unos momentos, he bendecido el nuevo Centro para los pobres, que se erige como un nuevo signo de la atención y preocupación de la Iglesia por nuestros hermanos y hermanas necesitados. Son muchos, y el Señor los ama a todos. Hoy, desde este lugar que ha conocido un sufrimiento y una necesidad humana tan profundos, pido que se haga mucho más por los pobres.
Por encima de todo, pido que en todo el país se trate a los pobres de manera justa, que se respete su dignidad, que las medidas políticas y económicas sean equitativas e inclusivas, que se desarrollen oportunidades de trabajo y educación, y que se eliminen los obstáculos para la prestación de servicios sociales.
El trato que demos a los pobres será el criterio con el que seremos juzgados (cf. Mt 25,40. 45). Les pido a todos ustedes, y a cuantos son responsables de la marcha de la sociedad, que renovéis vuestro compromiso a favor de la justicia social y la promoción de los pobres, tanto aquí como en toda Filipinas.
Por último, me gustaría dirigir unas palabras de sincero agradecimiento a los jóvenes aquí presentes, y entre ellos a los seminaristas y jóvenes religiosos. Muchos de ustedes han mostrado una generosidad heroica en los momentos posteriores al tifón. Espero que siempre tengáis presente que la verdadera felicidad viene como consecuencia de ayudar a los demás, entregándose a ellos con abnegación, misericordia y compasión.
De esta manera, seréis una fuerza poderosa para la renovación de la sociedad, no sólo en la reconstrucción de los edificios, sino más importante aún, en la edificación del reino de Dios, en la santidad, la justicia y la paz en vuestra tierra.
Queridos sacerdotes y religiosos, queridas familias y amigos. En esta catedral de la Transfiguración del Señor, pidamos que nuestras vidas sigan siendo sustentadas y transfiguradas por el poder de su resurrección.
Os encomiendo a todos a la protección amorosa de María, Madre de la Iglesia. Que ella obtenga para ustedes, y para todo el amado pueblo de estas tierras, abundantes bendiciones de consuelo, alegría y paz en el Señor. Que Dios los bendiga.+